sábado, 29 de agosto de 2015

Pétalos de mujer.

     Después de los grandes rugidos del despertador, abrí los ojos. El cielo seguía ennegrecido y el viento frío traspasaba mi ventana abierta. Me acerqué al mirador y, con el dedo, dibujé un sol imaginario sobre los cristales empañados.¡Tan triste y solemne era su imagen!
     Cerré las persianas y regresé al sillón... ¿Cómo diablos había llegado ahí? Sin duda había sido una noche desaforada. Me puse mis zapatos color marrón y salí a caminar. 
     Las calles estaban desoladas y el aire helado erizaba mi piel. Un señor con portafolio atravesó la calle corriendo; seguramente llegaba tarde al trabajo. Mi marcha era lenta y apacible. Doblé a la derecha y seguí en dirección al parque Juárez. 
     El canto de los pájaros comenzaba a dar su orquesta acompañados de los primeros rayos de sol, que en nada se parecía a mi dibujo en la ventana. Me dirigí al banco que habitualmente ocupaba, cuando a lo lejos, me percaté de que alguien estaba allí. 
     Bajo el arco de rosas que rodeaban el banco, una mujer permanecía sentada e inmóvil. Vestía un escote que dejaba ver sus pechos relucientes y una minifalda ordinaria ¿Acaso no tenía frío? Toda ella era vulgaridad; el rímel mal colocado, el labial hasta las mejillas y el cabello alborotado. 
     —¿No te acercarás porque soy demasiado puta para un perfecto burgués? 
     —Buenos días señorita ¿No tiene frío? Permítame...— dije mientras le colocaba mi abrigo sobre su cuerpo congelado. Sorpresivamente no se negó. En tan sólo unos instantes se acurrucó entre mis brazos, y comenzó a llorar.
     Levantó la mirada enseñándome unos ojos cruelmente agrios, urgentes de auxilio. Sus labios eran como los pétalos de las rosas que nos acordonaban; resecos pero al mismo tiempo con un rojo vivo apasionante. Nuestras pupilas permanecieron intactas, observando a la infinidad del interior de su opuesta...
     Retiré algunos cabellos que cubrían su frente con tal delicadeza que parecía que fuera a romperse. Mi mano recorrió levemente su mejilla y dos universos se unieron... Sentí como mi cuerpo sufría una especie de tiros de aguijón, dolorosos pero inexplicablemente eufóricos. Sus besos simulaban espinas hirientes. Algo me decía que esa sensación ya la había vivido 
     ¡LA CHICA DEL METRO! Era ella, la que con un beso falso me había aniquilado y simultáneamente revivido...
     Un fuerte resoplido hizo que entreabriera los ojos. Ante mí, la figura de la muchacha de los besos calavera se desvanecía, hasta convertirse en un montón de pétalos de rosa. 
     Se había ido. La vi partir mientras poco a poco, observaba cómo mi cuerpo se transformaba en espinas hasta extinguirse mi forma humana...


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