viernes, 18 de diciembre de 2015

Pretérito imperfecto.

     «Sin proponermelo especialmente, y con un inesperado manejo de mi propio caos, empecé a desgranar mi pretérito imperfecto, o sea, mi pasado no perfecto».
-Fragmento de "La borra del café", Mario Benedetti.

     Había llegado al pueblo desde el Domingo, y ya desde entonces tuve un mar de sensaciones.¿Hacía cuánto que no miraba un cielo tan hermoso? Sin duda he visto mejores cielos, pero éste, éste ha sabido ser el favorito. Quizá sea por las remembranzas que trae consigo; o tal vez porque entre sus estrellas y su Luna, puedo ver la imagen clara de aquél rostro angelical que me roba el sueño... Qué se yo.
     En fin, el martes, mientras las personas bailaban al ritmo de la música de cumbia y un globo de cantoya se despedía del suelo, mientras esto pasaba, a unos metros alejada de mí, pude reconocer a Elizabeth. Su rostro se tornaba serio y no obstante, no dejaba de irradiar esa alegría y simpatía que siempre la ha caracterizado.  La seguí con la mirada hasta que se perdió entre la multitud y...
     Bueno, aquella noche terminaría así.
     Ya en casa, con las luces apagadas y la mente encendida, comencé a pensar... ¿Qué era lo que me había impresionado de su presencia?
     Fue hasta el día de ayer —Jueves— que pude descifrar mi duda. Nuevamente la encontré con toda su gracia y toda su belleza, y ahora se encontraba bailando. ¡Lucía tan linda!
     En ese instante, aún cuando mi pensamiento  parecía estar concentrado en mejorar mis pasos de baile (vaya que les hace falta), en ese brevísimo instante hice un viaje al pasado...

     Y ahí estaba ella, con siete años menos pero con el doble de ternura, de esa ternura que asesina y llena de dulzura a cualquiera. Siempre sonriente y un cuerpo delgado que le queda a la perfección. Ahí estaba ella, con la mirada gacha y las mejillas sonrojadas después de escucharme decir «Y bien... ¿te gustaría?», «¿Qué?», «Ser mi novia, por supuesto». Yo estaba muerto de pena, la situación no era la más cómoda y, a decir verdad, en ese momento no deseaba que fuera mi novia. Y no porque no me gustara, sino porque allá, en mi pretérito imperfecto -o como bien dice Benedetti, en mi pasado no perfecto-, en esa lejanía no me consideraba lo 'suficiente' para semejante tesoro, porque allá, en ese horizonte,  mi timidez y mi baja autoestima me impedía creer que merecía tan maravillosa mujer, o mejor dicho, tan maravillosa niña.  Ella había respondido «No sé. Tengo que consultarlo con mi almohada» (¿No es una ternura?) con una voz que deleitaba a mis oídos.

     Jamás supe su respuesta. Nunca quise tocar el tema cuando nos encontramos en días posteriores. ¡Vaya cobardía!
     Ahora —o en el 'ahora' de ayer—, está bailando al otro lado de la calle, y lo vi todo claro. El martes sufrí una impresión, y era que Elizabeth dejó de ser la niña de hace siete años: sigue siendo la misma, sigue transmitiendo Felicidad, sigue siendo tierna e inocente. Pero ahora ha crecido, y en ella hay un toque de sensualidad, un aire de coqueta madurez que me encanta.

     Antes, en mi pretérito imperfecto, estar con ella era una utopía. Hoy, en mi presente progresivo... ¿PODRÁ SER UNA REALIDAD?


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