viernes, 8 de enero de 2016

Me gustas.

     Shhh...
     Escucha;
     Atendiendo a un llamado de euforia recalcitrante, debo hacer una simple y sencilla confesión: Me gustas.
     Y aunque el corazón me palpita al borde de la explosión, intentaré explicarte por qué.
     Siendo sinceros, me gustas primeramente por tu rostro y tu cuerpo. Un rostro de facciones afiladas y apetitosas; labios cautivadores, ojos pizpiretos, sonrisa de diabla y mirada paralizante. Es curioso, pero lo que más me gusta de tu cara es la nariz, con esa finura estética y respiración cálida que me debilita y me pone en sumisión;
     Un cuerpo registrado en mi memoria aunque sea superficialmente. Con tu cuello conquistador, tus senos magnéticos, tu abdomen plano y tu cintura pretenciosa. Sin duda —espero no ofender con esta vulgaridad—, tus nalgas gozan de una perfección divina, ¡Y tus piernas, el lecho necesario para estos días de invierno!
     Por supuesto, no todo es puramente carnal.
     Me gustas porque en tus abrazos encuentro el refugio indispensable para mis días de desolación. Esos abrazos que transmiten vida y ganas de volver a la guerra de la cotidianidad humana. Esos abrazos que, en tan sólo unos segundos, extinguen el dolor y encienden el corazón.
     Me gustas por tu alegría que, aunque relativa e imparcial, se contagia, se expande y en ocasiones se esfuma en las lágrimas que me has confiado.
      Finalmente, me gustas porque lograste tener mi confianza. Me gustas por la comodidad que me brindas, los silencios, las miradas de complicidad, el misterio...
     Sí, mujer, me gustas. Y aunque las razones son quizá más profundas y extensas de lo que aquí te explico, es lo que mi nerviosismo puede redactar.
     Si así lo prefieres, quédate con el simple y sencillo "Me gustas", que es, a final de cuentas, lo único que quería decir.
     Me gustas.
     Me gustas.
     Me gustas.

     Y aún cuando tu semblante me mantenga exaltado y enloquecido, no estoy enamorado de ti. Todavía...





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